martes, 16 de diciembre de 2014

Pepa

En las sesiones dedicadas a la memoria hemos aprendido a acostumbrarnos a elaborar fichas de allegados. Se trata de unas tarjetas en las que recogemos personajes y anécdotas que nos pueden servir de inspiración para un relato o como personaje dentro de una novela.
Conchi Gómez se ha atrevido a escribir su propio relato de un familiar con una historia digna de buena literatura.

Pepa
Se llamaba Pepa y nació en Ceuta. A Pepa la conocí de verdad cuando tenía unos treinta y tantos años. Era una mujer peculiar...
Era guapa, muy llamativa, buena y con una inocencia increíble. Pero también era muy trabajadora y tenía una gran obsesión por la limpieza. Pero lo más destacable de ella era el lema que llevaba por bandera: ser decente. En cualquier conversación siempre pronunciaba esta palabra, "decente". Sin embargo, los que la veían por la calle podrían pensar todo lo contrario de ella. Por eso, creo que no tenemos que juzgar a las personas por su aspecto.
Como ya he comentado, una de sus manías era la limpieza; hasta tal extremo, que ataba a sus sobrinos a las patas de las sillas para que no pisaran cuando ella había fregado.
Vivía en lo que antes se llamaba un patio de vecinos con un pasillo estrecho que al final se abría en un amplio cuadrado donde tenía su casa, la cual estaba conformada por dos habitaciones, un comedor y un dormitorio. Fuera estaban la cocina y el aseo. No necesitaba más para vivir feliz con su madre.
Tenía un novio militar con quien salía a pasear, acompañada por su madre. Llevaba siempre medias, pero no se depilaba las piernas. Recuerdo que al cabo de un par de años su novio la dejó y viéndolo desde la perspectiva actual, creo que fue porque nunca consiguió tocarla...Tal era la obsesión de Pepa. Desgraciadamente, aquella decepción amorosa terminó por perturbar a Pepa, pues no supo aceptar ni remontar la situación. 
Un día, paseando con su madre, se le acercó un señor muy rico que le pidió "adoptarla" (así lo contaba ella), pero como era decente no lo consintió. Afortunadamente, terminó encontrando a un hombre bueno que supo valorar su bondad, su inocencia y su corazón de oro, a pesar de su desequilibrio mental. Acordaron la boda y yo le hice su traje de novia.
Pasaron muchos años hasta que un día me enteré que vivía en Fuengirola. Conseguí averiguar algunos datos para localizarla. Lástima que cuando preguntaba por ella, la respuesta que me daban era: "Sí, es una que se pinta mucho los ojos y no tiene muy bien la cabeza". Logré llegar a su casa. Cuando llamé a la puerta, me abrió a medias y su imagen me impresionó. Había envejecido -como era normal-, estaba con un camisón bonito y llevaba los ojos exageradamente maquillados; me recordaba a Bette Davis en la película ¿Qué fue de Baby Jane? Al reconocerme, abrió la puerta por completo.
Pude conversar con ella un rato y, aunque sentía un cariño bañado por una pena agridulce, rápidamente consiguió que abandonara ese sentimiento. Me contó que seguía con su marido y que era muy feliz. Me mostró las fotos de sus hijas, tan guapas como ella. 
Al final, me quedé tranquila y me alegré por ella pues, aun con su pequeña locura, había logrado ser feliz.


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