Vienen a mi memoria aquellos años de estudiante de bachillerato, de la rama de letras puras, cuando asistía a las clases de Literatura con el profesor Antonio Puche Alcaide que tanto me enseñó de esta asignatura y que alimentó con sus clases mi afición por la escritura. Entonces, algunas veces, después de clase, le pasaba alguno de mis relatos para que lo leyera y me diera su opinión. Ahora sé y comprendo que no hay nada que llene más de orgullo y satisfacción a un docente que comprobar cómo sus alumnos progresan. En el caso de la materia de Lengua y Literatura el placer es mayor cuando cuando constatamos que nuestros estudiantes utilizan de manera más correcta la lengua y la emplean para crear ficción y literatura.
Me gustaría compartir con vosotros este relato de Lydia V., alumna de 3º de ESO, que escribió esta historia para el ejercicio titulado "Pintura, música y...Literatura".
Espero que lo disfrutéis.
El viejo castillo
A las afueras de San Petersburgo, cerca de Novgorov, había un castillo enorme con grandes cúpulas y decorados al estilo ortodoxo. Esta enorme mansión pertenecía a un poderoso zar ruso que residía en la otra orilla del Volga, cerca de Pern, por lo que el castillo estaba casi siempre vacío…
Cuando el zar decidía ir, se llevaba consigo a toda su corte, nobles y empleados, y organizaba grandes banquetes en su segunda morada.
En uno de sus viajes se le advirtió que un ejército de Siberia pretendía matarlo mediante un sistema muy antiguo y eficaz, querían asesinarlo con la ayuda de uno de sus nobles, que era un traidor.
El zar, asustado y aturdido, decidió que iba a convocar una cena con todos sus nobles para averiguar quién era el traidor. Entre ellos estaban sus tres hijos que parecían estar extrañamente confundidos.
En la mesa había un total de veinte nobles más el zar, y el traidor estaba entre ellos.
Los años le habían concedido al zar mucha sabiduría y, por ello, eliminó a diecisiete nobles, quedándose solo con sus tres hijos: Ogaref, Korpanof y Kirpovf.
El zar sabía que uno de sus hijos le había traicionado, para así quedarse con toda su fortuna.
El padre no pudo decidirse entre sus hijos y por ello decidió encerrar a los tres en una de las habitaciones del castillo.
De esta manera, pasó de ser el lugar de recreo del zar a convertirse en la actual Prisión Kresty, la cárcel más poblada del mundo.
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